J. BATLLE
ELOGIO DE LA LOCURA DEL QUIJOTE
a mi padre
Le vi agarrar el hacha
contra un árbol centenario
y le dolió mortalmente,
era al cabo un
hombre de ciudad.
Buscaba refugio, claro, y
tan lejos de los libros…
ni siquiera Silver esperaba
en la bahía, o Robinson.
Regresó para cenar,
lector crédulo –sólo el vientre
conoce su propósito.
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GORRIONES
en memoria de M. Hispano
De entre todos, distinguía
al caballero
que vivió como sus héroes literarios –no apreciaba los sueños de la razón,
sólo era afecto a los desvelos del alma.
De modo que no supo hacerse viejo –tampoco su mujer, a la que tanto queríamos.
Pero la tarde gozosa
en que escaparon los gorriones –de sus jaulas, en el jardín vecino–, nosotros, sus amigos, dejamos de temer al más allá.
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EL CERDO ROSA Y OTRAS PARADOJAS QUE APRENDÍ DE MI ABUELA
“Ánimo”, esa fue mi despedida y en su cama
la mujer que más veces me ha besado
–ni siquiera en su agonía
me privó de sus cariños
con un té y unas margaritas
que imagino (las flores que ella adoraba)
como último escenario de esta vida
que a todos nos halaga
con engaños… ¿pues no siento todavía aquella boca rebuscando por mi cara?
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FIGURAS MENORES DEL DECORADO
De vez en cuando concurren verdaderamente
unos hechos milagrosos en la vida,
hoy la tía cocina en el éter,
sólo pide mongetes del gantxet
–un manjar tan común–,
y yo tengo que acercarme a la cazuela hirviendo
y esperar a que se cuezan las judías,
en el instante en que ella apaga la llama…
aunque los otros, incrédulos, afirmen
que mi cocina (y no sus cerebros, es curioso) precisa
de una limpieza de tuberías,
hablan y especulan con la boca llena.
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EL LUGAR DE CADA UNO
Se trata de un roble imponente, al que bauticé, para mi deshonra, un sábado de tormenta –por no ensuciar mis calzones, lo confieso.
Yo era un niño y nos citábamos todos los sábados.
Hoy, como viejos camaradas, nos cruzamos sólo cuando Dios dispone.
En tal momento, me tiendo a su sombra y arengo el último de mis discursos, mientras regresan los jinetes en sus cansinas monturas.
El quercus, naturalmente, me escucha.
Y no tan impasible como cabría esperar; si le irritan mis palabras, revuelve con toda furia sus hojas.
Es lo que vengo observando: no es la suya una actitud sumisa. Y, sin embargo, mi buen amigo envejece sin una misión clara en la historia.
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APUNTES ACERCA DEL UNIVERSO CONTINUO
Y si todos los azares producidos en la historia de la vida y la materia resulta que dan conmigo, y está probado (lo cual no importa tanto: ser posible es lo difícil, luego todo es factible: nacer, volver a nacer incluso), y mi triunfo existencial se reduce a este yo levísimo, deudor de los lenguajes del grupo, pues precisa de una cierta inmutabilidad, claro, pero sólo el movimiento unifica, así como dispersa, en verdad sólo puedo aspirar a ser esto que ahora quiero: un cantor, un poeta.
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EL ALMA DE LAS COSAS
Cuenta casi doscientos años ese mueble colosal tan silencioso y aún ha de vernos morir, es su razón de ser: una especie de verdugo pero de la familia y por lo tanto querido; presencia imponente con pasado pero sin memoria –nuestra más preciada metáfora del mundo.
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LA VIDA EN EL PERGAMINO
Donde mi cuerpo envejece
sin perder significados,
tal vez funcionalidad
como una cárcel abierta
de la que huyen mis palabras
igual que granos de polen
que capturan los sentidos
antes que los pensamientos:
mi viejo yo perfumado,
la pizca de tiempo-en-mí
sujetándose a la vida
como el árbol a los vientos.
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EL CÍRCULO BONDADOSO
para Álex
ya merece su vida, su linaje. Ese niño que ilumina
el vuelo de un insecto entre la niebla
El quercus a Batlle
Mis hojas rechinaron con queja displicente
volaron pensamientos más allá del azar
Ahí se adherían, y yo noté la fuente
De tu mente soñolienta en su regurgitar
Encima leo ahora un texto reprobante
¿Qué sabes, tu muñeco, del modo de quejar?
Yo que soy casi eterno, sin atrás ni delante
vienes con suficiencia mi paz a mancillar
Que ahora sea espejo, reflejo de tu hado
Metido hasta el horcajo mi más honda raíz
Yo que te di el cielo, mi tronco levantado
La vibración que late por toda tu cerviz
Ahora te abandono, a la presencia vuelvo
A mi ser primigenio que el viento ha de batir
Hasta que no me honres con un recuerdo cierto
Te digo, amigo mío, no vas a sonreír.